lunes, 21 de enero de 2013

Lincoln, Spielberg y la política

Presente lo tengo Yo
Doña Jodoncia y don Martiriano iban a cumplir 25 años de casados. La fiera señora le comunicó a su abnegado esposo: “El día del aniversario vamos a renovar nuestros votos matrimoniales”. Con voz llena de esperanza preguntó don Martiriano: “¿Qué ya caducaron?”…
Aquel minero del carbón trabajaba en el turno de la noche. Llegó a su casa una mañana, y se desvistió para bañarse. Su esposa lo vio y le dijo incontinenti: “Me estás engañando”. “¿Por qué piensas eso?” –se aturrulló el minero. Le explicó la mujer: “Vienes, como siempre, con todo el cuerpo cubierto de polvo de carbón; pero traes la ésta limpiecita”…
Babalucas trabajaba de mesero en “The Nearsighted Lynx”, un elegante restorán de moda. Entró una pareja de casados, y el señor, cuya esposa era una conocida escritora, pidió una botella de champán. “¿Celebran algo?” –les preguntó, obsequioso, Babalucas. “Sí —respondió feliz y orgulloso el marido—. Mi esposa acaba de terminar un libro que le tomó dos años”. “No manche usted, caballero —se asombró el badulaque—. ¿Tan despacito lee la señora?”…
Pipo Lanarts, el crítico de arte adscrito a esta columneja, vio la película “Lincoln”, y no le gustó mucho. Reconozco, desde luego, que a los críticos no se les debe hacer demasiado caso. Dijo bien aquel autor que dijo: “Critics? I’m not interested in what eunuchs say about sex”. “¿Los críticos? No me interesa lo que los eunucos puedan decir sobre el sexo”. A Pipo el film de Steven Spielberg sobre Lincoln le pareció plano, y aun enredado y aburrido a veces. La figura del gran emancipador luce más, y con mayor intensidad y dramatismo, en una vieja película hecha por D. W. Griffith, con Walter Huston, el año 30 del pasado siglo, lo mismo que en la excelente versión de Raymond Massey, diez años después. Se nota que Spielberg filmó esta película con el Oscar en mente. Pipo espera que se lo lleve, siquiera sea para compensar al gran director por el despojo que sufrió cuando su inmortal creación “E.T” perdió la estatuilla ante ese largo y soporífero bodrio que es “Gandhi”, en el 82. Con todo, vale la pena ver “Lincoln” por las extraordinarias actuaciones de Daniel Day-Lewis, Sally Field y Tommy Lee Jones, al igual que las de David Strathairn, James Spader y Hal Holbrook. Dos cosas aprendió Pipo luego de asistir al estreno de ese film. La primera, que Lincoln era un apóstol, sí, pero un apóstol muy político. La emancipación de los negros no fue cosa de pura humanidad: al quitarles a los sureños los esclavos, una propiedad susceptible de ser tasada en dinero, y absolutamente necesaria para la producción, el Presidente estaba rompiendo la columna vertebral de la economía del Sur, y acelerando así su derrota en la guerra. La otra cosa que en “Lincoln” aprendió Pipo Lanarts es que los diputados y senadores son especímenes de la misma clase en todo tiempo y lugar. Basta escuchar los insultos —sacados de las actas de las sesiones— que los congresistas de la época de Lincoln se dirigían unos a otros, para aprender que lo que vemos en nuestras Cámaras no es nada nuevo. La política —o sea la lucha por el poder— es sucia por naturaleza, y en mayor o menor medida, pone sus impurezas en quienes la practican, así sean Gandhi o Lincoln. Decir eso no es cinismo: es realismo. Y es también aprender a mirar lo malo que en el campo de la política hay en los buenos, y lo bueno que en los malos puede haber. Tal es entiendo, mi trabajo de columnista y de escritor de libros sobre historia: encontrar lo que de ángel tienen los demonios, y hacer ver lo que de demonio hay en los ángeles. (¡Caón, qué finalazo!)…
Don Cornulio salió de su casa a las 8 de la mañana del sábado, igual que hacía siempre, para jugar sus acostumbrados 18 hoyos de golf. Al salir, sin embargo, se encontró con la novedad de que hacía un tiempo de perros: nevaba copiosamente, soplaba un aire gélido, y la temperatura era de bajo cero. Así pues volvió a su recámara, se desvistió sin ruido y se metió en la cama y se acurrucó junto a su esposa. Le dijo en voz baja: “Hace un frío de los mil demonios”. “Lo imagino —respondió la señora—. ¿Y creerás que con este tiempo el indejo de mi marido se fue a jugar golf?”…
FIN.

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