sábado, 26 de enero de 2013

México y sus zonas áridas

De politica y cosas peores

Yo soy un habitante del desierto. Cuando viajo a los trópicos me mareo de verdes. Lo mío son las arenas que antes fueron grises y que se hicieron ocres por el sol. Vivo en la casa de los espejismos. La montaña que veo allá no existe. Viene en el mapa, sí, pero no existe. Lo que miro es un miraje: llego a él y llego a nada. Aquí la naturaleza —bella dama sin piedad—agarra sus dones con la fuerza con que un avaro agarra sus monedas. Allá en la selva el pez, la orquídea, el mango. En esta tierra hasta una tortilla hay que arrebatársela a la tierra. Don Simón Arocha, señor muy señorial del norte de Coahuila, bautizó con expresivo nombre a su rancho en el desierto. Le puso “Piedras de lumbre”. Calor terrible hacía siempre ahí. Las lagartijas, para refrescarse, se metían en los mofles de los camiones que pasaban. Solía decir don Simón que Dios Nuestro Señor, pese a su infinita sabiduría omnisciente, había cometido cuatro gravísimos errores. El primero fue que nos puso el chamorro en la parte de atrás de la pierna. ¡Error funesto! Debió habérnoslo puesto por delante, con lo cual nos habríamos evitado para siempre esos dolorosos golpes que a veces nos damos en las espinillas.

Puesto atrás, el chamorro para lo único que sirve es para que nos muerdan los canijos perros. El segundo error es que Diosito no nos puso un ojo en el extremo del dedo índice de la mano derecha. ¡Cuán útil nos habría sido ese tercer ojo! En la misa, a la hora de dar la limosna, sacaríamos el veinte, en vez de sacar por equivocación el peso. Y aunque llegáramos tarde a los desfiles podríamos ver el paso del cortejo con sólo levantar el dedo.

El tercer error era igualmente grave: por disposición divina a los hombres se nos caen los dientes con los años. ¡Y los dientes siempre los necesitamos! Debería caérsenos otra cosa, que con los años maldita ya la falta que nos hace. El cuarto error de Dios era al que al señor Arocha le dolía más. ¿Cómo podía ser, se preguntaba desolado, que lloviera en el mar y no lloviera nunca en Piedras de Lumbre? Don Teófilo Martínez, por su parte, agricultor en el Valle de Derramadero, cerca de Saltillo, cuando alguien le preguntaba si estaba dura la sequía en su rancho, respondía: “Cómo no estará de dura, que tengo un muchachillo en el estanque espantando a las golondrinas para que no se acaben el agua”. Y es que las golondrinas pasan rozando la superficie y toman una gota en sus piquitos. Hay en México vastas extensiones desérticas. Para atender los problemas de sus habitantes se creó una importante dependencia: la Comisión Nacional de Zonas Áridas. La dirigió en sus inicios un gran coahuilense a quien mucho debe mi estado natal, don Braulio Fernández Aguirre, quien en noviembre pasado cumplió 100 años de edad y se mantiene fuerte como un roble.

Tuvo como cercano colaborador a un saltillense apreciadísimo, don Jesús R. González. Ahora otro valioso coahuilense, Abraham Cepeda Izaguirre, ha sido designado director de la Conaza. Acertado nombramiento fue ése, puedo decirlo sin dudar. Conozco al nuevo titular desde que era muy joven. En aquellos años el Potrero de Ábrego era una comunidad aislada del mundo, y también de Arteaga y la Villa de Santiago. No había ahí energía eléctrica. Las mujeres estaban sometidas a la esclavitud del metate, y los niños debían hacer sus tareas escolares a la luz de pestilentes y humosas velas de sebo. Fui con Abraham Cepeda, que entonces tenía a su cargo tareas oficiales relacionadas con la electricidad en el campo, y le pedí que llevara la luz al Potrero. Él movió cielo y tierra —movió también un helicóptero—, y el milagro se cumplió: por las fragosidades de la sierra se tendió una línea eléctrica, y se hizo la luz en el Potrero. El nuevo titular de la Conaza es hombre generoso que conoce bien las regiones desérticas, y a sus moradores. Hará, estoy seguro, un excelente papel al frente de la Comisión. Le ruego solamente que evite un grave yerro que en otro tiempo se cometió en esa oficina. Las guapas chicas que trabajaban en la delegación de mi ciudad participaron un 20 de noviembre en el desfile de la Revolución. Llevaban unas playeras que ponían de manifiesto las atractivas turgencias de su busto. Y sin embargo las playeras mostraban en esa parte pectoral un letrero que decía: “Zonas Áridas”. Le ruego a mi admirado paisano que ese error no se vuelva a cometer…

FIN.

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