Presente lo tengo Yo
He aquí un hermoso libro. Se llama “Todos los santos”, y lo escribió
Robert Ellsberg, norteamericano. En su obra el autor propone una idea
que algunos clérigos ceñudos juzgarán heterodoxa: la santidad no es
privilegio de católicos. Todos los hombres y mujeres, independientemente
de su credo o religión, y aun los ateos, pueden alcanzar ese grado de
perfección humana que llamamos santidad. Se puede ser santo sin haber
pisado nunca un templo.
En efecto: ¿qué es ser santo? Doña
Academia da una definición muy imperfecta. Dice en su diccionario que
santo es “En el mundo cristiano, la persona a quien la Iglesia declara
tal, y manda que se le dé culto universalmente”. Aparte del formalismo
en que se finca la definición hay una clara parcialidad en favor de “la
Iglesia”. Los académicos peninsulares no se molestan en precisar cuál
Iglesia, y hablan de “el mundo cristiano” como si todo el mundo
cristiano fuera a la vez católico. Como se ve, a pesar de su nueva
actitud progre la Academia no puede zafarse aún ciertos resabios de
franquismo.
Dijo una vez el cardenal Suhard : “Ser santo significa
vivir de una manera que no tendría sentido si Dios no existiera”. Según
Ellsberg un santo es alguien que amó a su prójimo con intensidad y
dedicó su vida a hacerle el bien. En el libro de este teólogo en mangas
de camisa aparecen como santos mujeres y hombres que la Iglesia no tiene
en su santoral. Algunos, incluso, han sido perseguidos o maltratados
por ella, como Galileo y Teilhard de Chardin, cuyas ideas fueron
anatematizadas en su tiempo. En opinión de Ellsberg la religión no
importa mucho en eso de ser santo: al lado de Ana Frank, judía, están
John Woolman, cuáquero, John Wesley, metodista, Sundar Singh, hinduísta,
John Donne, anglicano, Martin Luther King, evangélico...
Cuatro
mexicanos vienen en la lista, y sólo uno de ellos ha sido canonizado:
San Juan Diego. Los otros son Sor Juana Inés de la Cruz, César Chávez y
el Padre Pro, beato ya. Aparecen también fray Bartolomé de las Casas y
fray Junípero Serra.
Un numeroso grupo de escritores, opina
Ellsberg, merecen ser llamados santos, desde Dante Alighieri hasta
Anthony de Mello, pasando por fray Luis de León, William Blake,
Dostoiewski, Tolstoi, Chesterton, Bernanos, León Bloy, Flannery O’
Connor, Silone, Mauriac y Camus. La lista de los filósofos y teólogos es
larga: Martin Buber —judío—, el cardenal Newman, Karl Rahner, Mounier,
Berdiaev, Pascal, Bonhoeffer, Karl Barth, Eloísa —sí, la amante de
Abelardo, que no está considerado—, Simone Weil, Orígenes, Lacordaire,
Duns Escoto, Maritain, Merton, entre muchos otros.
Hay un buen
número de artistas a quienes Ellsberg juzga santos: Bach, Mozart y
Albert Schweitzer, músicos; Fra Angélico, Roualt y Van Gogh —¡Van Gogh!—
pintores. Hay un historiador, lord Acton; una prostituta, Rajab, y
hasta una periodista: la norteamericana Penny Lerno.
Hay
finalmente, personajes que nadie habría pensado llamar santos: el indio
Seattle, Dag Hammarskjöld —secretario general de la ONU—, Gandhi, Oskar
Schindler, el de la película “La lista de Schindler”, Savonarola, Erasmo
de Rotterdam, Kierkegaard...
En opinión de Robert Ellsberg, pues,
hay muchos modos de ser santo, y muchas maneras de alcanzar la santidad.
Seguramente entre nosotros hay santos y santas, y no nos hemos dado
cuenta.
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