sábado, 19 de enero de 2013

Separación, pero nunca el divorcio

De politica y cosas peores
 
Gente muy laboriosa es la de Las Labores, la antigua Capellanía que hoy se llama Ciudad Ramos Arizpe, en mi natal Coahuila. Quienes viven ahí, ellos y ellas, son de carácter recio.

Se cuenta una sabrosa anécdota del señor cura Morales, quien fue párroco en el templo de San Nicolás de Tolentino, patrono del lugar. En cierta ocasión unos casados mal avenidos acudieron a él para pedirle que los divorciara. “Claro que sí —contestó al punto el sacerdote—. Lo haré con mucho gusto”. “Perdone, padre —vaciló la mujer—. Yo había oído decir que la Iglesia no permite la disolución del vínculo matrimonial”. Respondió el cura: “En ciertas ocasiones es posible que se produzca esa disolución. ¿La desean ustedes?”. “Sí” –respondieron al unísono los dos. “Espérenme entonces un momento” –les pidió el Padre Morales. Salió de la sacristía y volvió al punto. Venía armado con un tremendo garrote que esgrimió ante ellos como amenaza contundente. Les preguntó: “¿A cuál de los dos me echo?”. “Oiga, Padre…” –se asustaron ambos. Sin dejar de blandir su terrible arma les explicó el cura: “Ustedes me están pidiendo que los divorcie. Y como la única causa de disolución del matrimonio que admite la Santa Madre Iglesia es la muerte de uno de los esposos, díganme a cuál de los dos mato”…

Entiendo que ante un matrimonio válido la Iglesia acepta en ciertos casos la separación de los esposos, pero nunca el divorcio. Lo mismo debería suceder en el caso de los poderes de la Unión. Entre ellos necesariamente ha de haber separación, por el sistema de frenos y contrapesos que rige en el Estado moderno, pero no puede haber divorcio, pues la colaboración de cada uno con los otros dos es indispensable para la buena marcha de los asuntos públicos. En estos últimos años se creó una viciosa situación que enfrentó hasta el punto del total rompimiento al poder Legislativo con el Ejecutivo. Las relaciones entre ellos eran tan ríspidas que habrían sido risibles de no resultar tan nocivas a la Nación. Recordemos la forma en que Calderón rindió la protesta Presidencial, o la apresurada entrega que en medio de sobresaltos y susidios hacían él y Fox de sus informes al Congreso: en una antesala, nerviosamente, con temor de ser agredidos por los levantiscos representantes de la oposición de izquierda. Parece ser que ahora los líderes parlamentarios han entendido que la cosa no es por ahí, y han iniciado una nueva relación con el Ejecutivo.

Por ello merecen reconocimiento, igual que lo merece Peña Nieto. Recordemos que el Presidente y los legisladores representan a sendos Poderes de la Unión, no de la desunión. Con eso está dicho todo…

“A woman is like a slingshot: the greater the resistance, the further you can get with her”. “Una mujer es como una resortera: cuanto mayor sea su resistencia, más lejos podrás llegar con ella”. He traducido desmañadamente. También las traducciones se parecen a algunas mujeres: si son fieles no son bellas, y si son bellas no son fieles.
 
El caso es que Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, aplicó aquella frase de Steve Martin, y trató de amores a Donabella, una linda compañera de oficina. La muchacha era casta y honesta, de modo que resistió con entereza las lúbricas solicitaciones del labioso amador. Pero ya lo dice un grosero refrán: “La mujer y la gata, de quien la trata”. A fuerza de porfiar y porfiar el seductor fue minando poco a poco la fortaleza de aquella que parecía inexpugnable plaza. Y es que una mujer podrá perdonar a quien trató de seducirla, pero jamás perdonará a quien no la sedujo cuando ella le dio ocasión de hacerlo. Afrodisio logró por fin, tras ímprobos esfuerzos, que Donabella aceptara ir con él a un discreto motelito, el Venus Inn, que anunciaba la tarifa en su exterior: “200 pesos el rato”. Cuando se vieron en la habitación el lujurioso galán empezó a despojar a la muchacha de la ropa que la cubría. Tal es el procedimiento usual: recordemos cómo en La Celestina —“obra a mi entender divina / si encubriera más lo humano”, dijo Cervantes al hablar de esa tragicomedia— el amante declara, en el momento de desvestir a su enamorada, que para comer el ave es menester primero quitarle las plumas. Donabella, sin embargo, detuvo a su anheloso seductor. “Espera —le dijo llena de turbación y con solemne acento—. Antes de entregarme a ti quiero que me prometas una cosa: nadie jamás se va a enterar de esto”. “¡Uh, no! —rechazó el tal Afrodisio, desdeñoso—. Entonces vístete y vámonos. ¡A mí me gusta más el chisme que esta otra fregadera!”…

FIN.

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