miércoles, 23 de enero de 2013

Historia de fantasmas

Presente lo tengo Yo

Hay vivos que no hacen ruido

El primero que dijo de los fantasmas fue don Quico. Venía de buscar una chiva que le había faltado, relató, cuando al pasar por la galera vieja oyó unos ruidos. Entró, y a la luz de la luna vio un bulto.
Don Quico es hombre serio. Viudo, vive solo en su casa del Potrero. Una hija suya le lleva las tortillas, pero él mismo se guisa la comida. No es amigo de historias ni de cuentos, de modo que la gente creyó lo del fantasma y empezó a tener miedo de pasar de noche cerca de la galera.

La segunda que vio el bulto fue doña Vina. Así llama la gente a Etelvina, la viuda del difunto Salatiel. Ella no había creído lo del fantasma, confesó, pero una noche que fue por agua vio luces adentro del galpón. Pensó que los chamacos andarían haciendo travesuras con lumbre, y entró para regañarlos y decirles que se fueran a su casa. No había nadie. Pero en fondo de la galera ardía una luz, como azulosa o verde, y entre sus llamas vio doña Vina una figura humana que se retorcía.
-Es una ánima en pena -sentenció doña Lupe, la esperencia.

Es de saberse que en el Potrero hay dos esperencias —experiencias—, una para las cosas de hombre, y otra para las cosas de mujer. Don Abundio es la esperencia de hombre. Él sabe las colindancias de las tierras y el reparto de los días de agua; se encarga de arreglar los pleitos de baraja; registra las herencias; conforma a los padres cuya hija se juyó con un muchacho, y obtiene de ellos el perdón previo al matrimonio de los novios. Doña Lupe, la esperencia en cosas de mujer, tiene remedios para el cólico; sabe cómo una casada puede quedar encinta y cómo no; ayuda a las parturientas en el alumbramiento; las faja, y faja al recién nacido, y conoce remedios para todos los males de la mujer y los chamacos. También cura a los hombres. Se recuerda la vez que le llevaron a un sujeto con las tripas de fuera —alguien se las sacó de un cuchillazo—, y ella le volvió al herido las tripas a su lugar y le cosió la herida con hilo de coser. Así lo pudieron llevar hasta Saltillo. Cuentan que el doctor preguntó qué médico le había hecho la primera cura.

Pues bien: fue doña Lupe la que dijo que el bulto, y aquella luz, y la figura humana, y los ruidos que en la galera se escuchaban, todo era la misma cosa: una ánima en pena. Con eso ya nadie volvió a acercarse de noche a la galera. Si don Quico y doña Vina, gente seria, juraban haber visto a “la fantasma”; si doña Lupe decía que era una ánima en pena, entonces nadie debía pasar por la galera después de cáido el sol. Hay que dejar a los muertos en paz.

Don Abundio me ha dicho:

-No hay que creer en los fantasmas, licenciado. Pero de que existen, existen.

Decidió don Abundio ir una noche a la galera. Si veía a la sombra le diría Las Siete Verdades. Si el fantasma era cosa del demonio con esa bendita oración se volvería al infierno. Si era una ánima en pena le rezaría oraciones para salir del purgatorio.

Fue don Abundio a la galera, entonces. Y en efecto, por la ventana vio salir el opaco destello de una luz, y oyó quejidos. Entró con pasos silenciosos. Y no sólo vio un bulto, sino dos. Parecían uno, es cierto, pero eran dos. Eran don Quico y doña Vina, los viudos, que ocultaban sus amores en la galera, y para no ser descubiertos difundieron la historia del fantasma.

Ni hizo ni dijo nada don Abundio. El viejo tiene la “esperencia” que se necesita para saber que a los vivos hay que dejarlos en paz.

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