Voy por la antigua calle de Santiago, y un niño camina atrás de mí.
La
calle es empinada y retorcida. Seguramente su trazo se hizo siguiendo
el curso de una de las acequias que bajaban desde el Ojo de Agua. Allá
abajo se alcanza a columbrar apenas El Charquillo, donde el caudal
formaba un breve estanque. Allá arriba, como un balcón al aire, se mira
la alta casa que llaman Altamira.
Me sigue el niño cuando voy
subiendo por esta calle de Santiago. Llego a la casa en que viví de
niño, y en la puerta el mismo niño me recibe. Me he seguido yo mismo, y
me veo en el niño del umbral.
Soy el niño que fui.
Todos lo somos.
¡Hasta mañana!...
No hay comentarios:
Publicar un comentario