Presente lo tengo Yo
El nombre de este artículo es demasiado dramático, pero de momento no se me ocurrió otro.
Narraré
dos anécdotas que no tienen ninguna conexión entre sí, pero que tienen
mucha conexión entre sí. La primera me fue contada por el dueño de un
hotel local. Dos orientales se apersonaron ante el mostrador de
recepción, y uno de ellos les dijo una palabra —una palabra sola— a las
muchachitas que en ese momento atendían a la clientela del hotel.
Dicha
palabra fue ésta:
—Putas.
Se azoraron las niñas al escuchar
ese voquible, no por corto menos sonoro y expresivo. Pusieron tal cara
las pobrecillas que el oriental repitió el término para mayor claridad y
precisión:
—Putas.
Se volvió una de ellas hacia su
compañera, que también había oído la contundente manifestación y estaba
igualmente aturrullada. Las dos tuvieron un breve cambio de impresiones
que incluyó la consideración de por qué los orientales estarían tan
enojados con ellas. A una se le ocurrió ir por el gerente a fin de que
dilucidara aquella delicadísima cuestión. Llegó el gerente, y en
correcto inglés —juat ken ai du forrr yu— preguntó a los hombres de
Oriente en qué podía servirlos.
—Putas —le contestaron ellos en español aún más correcto.
Entendió
al fin el gerente: lo que esos señores demandaban es que se les
consiguiera un par de esas que ahora, con exceso de letras, son llamadas
“sexoservidoras”. En singular esa palabra consta de 13 letras. Contra 4
nada más de la otra voz. Hay mucha diferencia, y mucha dilapidación.
Ésa
es la primera anécdota. La segunda es menos interesante, pero de
cualquier modo es anécdota. Allá por los años cuarentas un cierto vecino
de la Villa de Santiago hizo dinero. Vendió su casa de la Villa y
compró una en Monterrey, en la calle de Hidalgo, porque ahí vivían los
ricos. Poco tiempo después, sin embargo, los ricos se fueron a vivir al
Obispado. Trabajó mucho el señor, y logró comprarse una casa en ese
elegante y apartado barrio. Pero cuando llegó ahí los ricos se habían
ido a vivir ya en la Colonia del Valle. Trabajó más el señor, y hace
cinco años pudo al fin comprar casa en la del Valle. Entonces se enteró
de que los ricos de la del Valle se estaban yendo a vivir a la Villa de
Santiago.
Semejante fenómeno se ve ahora: por causa de la
inseguridad mucha gente acomodada de México se va a vivir al otro lado.
Ahí los emigrados se encuentran con la novedad de que por causa de los
locos que se sueltan echando balazos, muchos de quienes viven en el otro
lado se están mudando a Europa. Ahí descubren que muchos europeos se
están viniendo a México, donde el dólar y el euro rinden mucho y donde
hay muchas facilidades para que un extranjero que cae en la cárcel pueda
salir de ella. En fin, el cuento de nunca acabar.
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