domingo, 27 de enero de 2013

Ni damas ni caballeros

De politica y cosas peores
 
Pregúntate si eres feliz y dejarás de serlo. Esa mañana Himenia Camafría, madura señorita soltera, se preguntó si era feliz, y a pesar de aquella frase pesimista la respuesta fue que sí. El día era radiante; cumplía el Sol su deber de iluminar al mundo, y en el cielo las nubes parecían crisantemos blancos en un gran búcaro azul. Además la señorita Himenia había dormido bien, sin ese sueño malo que la perturbaba a veces, donde se veía sin ropa en medio de una ingente multitud que se burlaba de ella por su desnudez. En la calle sonaba algarabía de niños; soplaba un airecillo tibio que apenas movía las ramas del limonero en el jardín, y en el radio se oía “Collar de perlas”, con la banda de Glenn Miller, pieza que le traía a la señorita Himenia memorias gratas de la juventud. ¿Podía imaginarse algo mejor? En eso el teléfono sonó. Quien llamaba era don Almancio, su caballeroso amigo, quien le anunciaba que esa tarde iría a visitarla para tomar café. Se alegró mucho la señorita Camafría, pues a pesar de su edad —solía fijarla, como Jack Benny, en 39 años, pero lo cierto es que había pasado ya la cincuentena— abrigaba todavía la esperanza de tomar estado. A las 5 de la tarde llegó el señor Almancio. Iba vestido para la ocasión: llevaba traje de casimir príncipe de Gales; botines de charol; reloj con leontina, bastoncillo de junco y sombrero de los llamados derby. “Pase usted, querido amigo —le dijo la señorita Himenia—. ¿Qué milagro lo trajo hasta mi puerta?”. “Vine en taxi” —respondió el querido amigo, que al parecer no escuchó bien la pregunta. La anfitriona lo condujo a la sala. “¿Quiere tomar asiento?” —le preguntó. “De momento nada —contestó don Almancio, que tampoco esta vez pareció haber oído bien—. Más tarde, cuando el crepúsculo encienda el horizonte con sus oriflamas, le aceptaré un cafecito”. “¿Cómo le ha ido?” —inició Himenia la conversación. “Mucho, en efecto —replicó el añoso caballero—. No recuerdo haber visto llover tanto en esta época del año”. En vista del evidente problema de comunicación la dueña de la casa ya no preguntó más. Se aplicó a abanicarse con movimientos que había aprendido de Greta Garbo en la película “Camille”. Don Almancio, por su parte, se puso a ver con gran dedicación el techo y las paredes. Al advertir la señorita Himenia que aquel incómodo silencio se alargaba le preguntó a su invitado: “Antes del cafecito, amigo mío, ¿le gustaría tomar una copita de vermú?”. Eso sí lo oyó bien el señor. Las buenas maneras, sin embargo, lo hicieron contestar: “Gracias, querida amiga. Ha de saber usted que procuro apartarme del licor, pues cuando bebo un par de copas soy acometido por igníferas tentaciones de la carne que en ocasiones no puedo sofrenar, y que me llevan a lanzarme con intenciones lúbricas sobre la mujer que tenga más cercana”. La señorita Himenia respondió tranquila: “Conocía ya esa simpática debilidad suya, amigo mío, y me previne para el caso. Sobre la mesa del comedor hallará usted una botella de tequila, una de mezcal, una de ron, una de whiskey, una de ginebra, una de vodka, una de brandy, una de aguardiente, una de manzanilla, una de oporto, una de jerez, una de anís, una de orujo, una de ajenjo, una de champaña, una de sake, una de kummel, una de kirsch, una de baijiu,una de xtabentún, una de metaxa, una de soju, una de grappa, una de ouzo, una de bacanora, una de sotol, una de chínguere, una de marranilla y una de coñac. También tengo preparada una barrica de pulque, y 10 six packs de cerveza en el refrigerador. Escoja usted, y sírvase con la mayor confianza. Le puse un vaso grande. Y no se mida, amigo mío, que aquí no hay miramientos”. ¿Tendré qué decir lo que hizo don Almancio? Aquella “simpática debilidad” a que aludió la señorita Himenia se le adivinaba al visitante en la forma y color de su nariz, roja y bulbosa como la de W.C. Fields. Se echó el señor entre pecho y espalda dos o tres —o cuatro, o cinco, o seis— vasos de whiskey, su bebida predilecta. La señorita Himenia se tendió en actitud voluptuosa de Cleopatra en la chaise longue de la sala, a esperar que las repetidas libaciones le quitaran a su caballeroso amigo la caballerosidad, que tan estorbosa suele ser en ciertas ocasiones. (Ni damas ni caballeros hay en el lecho del amor cuando éste se hace bien). No digo lo demás que sucedió. Repito los versos el poeta: la luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sólo diré que esa noche, terminados los acontecimientos, Himenia Camafría, madura señorita soltera, se preguntó, ya a solas en su alcoba, si era feliz. Una jocunda voz respondió por ella: “¡Sí!”. Y digo yo en su nombre: “¡Praise the Lord!”…

FIN.

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