sábado, 12 de enero de 2013

Doña Eñe. Linda letra es ésa, y utilísima

Presente lo tengo Yo

Bill Gates viajó a España en el 2000, último año del pasado siglo según unos, primero de éste según otros, y en Madrid visitó la Real Academia de la Lengua. Este señor, ya lo sabemos es el hombre más rico del mundo, si se toma en cuenta únicamente el dinero para hacer la calificación. A su lado Carlos Slim es un pobre. Bill Gates es dueño de la empresa Microsoft. Alguien me ha asegurado que ese consorcio recibe la octava parte de un centavo de dólar por cada teclazo que doy a mi computadora. Y doy muchos teclazos cada día, de modo que parte de su riqueza la debe Gates a mi trabajo de escritor. Nadie sabe para quién trabaja.
 
En la Academia Española hizo el ilustre visitante una profecía y un ofrecimiento. El vaticinio consistió en decir que los ordenadores —así se llaman en España las computadoras— harán desaparecer los libros, e incluso provocarán que el papel no se use ya, al menos para propósitos editoriales, por ejemplo en los periódicos. El ofrecimiento de Gates a los académicos de España fue que nos hará el favor, a los 400 millones de personas que hablamos castellano, de conservar la letra eñe en los teclados.
 
Humilde letra es ésa, que los extranjeros tienen problema para pronunciar, y aún algunos nacionales. Los andaluces y los yucatecos, por ejemplo, no dicen “niño”, sino “ninio”.
-¡Arrímate, ninio! – le gritaba insistente un capitalino, con fingido acento de Andalucía, a don Lorenzo Garza en el curso de una faena a un toro difícil.
 
-Lo haré —le respondió el Ave de las Tempestades, harto ya— si tu vieja se me acerca a mí.
 
La letra eñe no llena ni siquiera una página del diccionario. Empieza esa página con la propia letra “ñ” (cuyo nombre, “eñe”, ni siquiera se consigna ahí; hay que buscarlo en la letra e), y termina con “ñuzco”, nombre que en Honduras recibe el diablo. Casi todas las palabras comenzadas en eñe son americanismos; apenas si hay algunas de raíz o prosapia castellanas: ñoño, ñonez, ñoñería, ñudo, ñaque, y unas cuantas más. Otras palabras con eñe se conservan, también de abolengo peninsular: “Ñiquiñaque”, sujeto o cosa despreciable; “Ñoclo”, panecito del tamaño de una nuez hecho de harina, manteca, azúcar, huevos, vino y anís.
 
Con Bill Gates o sin él la letra eñe sirve mucho. Recordemos el viejo cuento de Pepito, infante diestro en picardías. La profesora les pidió a los niños que dijeran palabras comenzadas con tal o cual letra. En cada una Pepito les decía en voz baja a sus compañeritos palabras de dudoso gusto para que las repitieran.
 
La maestra:
 
-A ver, Juanito: di una palabra comenzada con ce.
 
-¡Culo, culo! -le sugería Pepito al niño, por lo bajo.
 
-A ver, Rosilita: di una palabra que comience con pe.
 
-¡Di “pendejo”, Rosilita, di “pendejo”! –le soplaba el desfachatado infante.
 
Cuando le llegó el turno a Pepito la maestra pensó en una letra difícil, para hacerlo quedar mal.
 
-A ver, Pepito: di una palabra comenzada en “eñe”.
 
Vaciló el precoz chiquillo. ¿Cómo iba él a saber que existen las palabras “ñandú”, “ñandapay”, “ñame”, y las ya dichas “ñoño”, “ñiquiñaque”, etcétera? Pero salió del apuro el gran Pepito inventando un sabroso neologismo que ya todos usamos. Hizo la seña conocida ahora como “roqueseñal”, al tiempo que decía con voz de triunfo:
 
-¡Ñácatelas!

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