lunes, 14 de enero de 2013

Hechos, no maquillajes

De politica y cosas peores
 
Desde la publicación, el pasado 31 de diciembre, de “Los Tres Chistes Más Pelados del Año”, esta columnejilla no había tenido ya dimes y diretes con doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y celadora de la pública moral. El cuento que aparece aquí hoy, cuyo exótico y peregrino nombre es “Ñandutí”, provocó de nueva cuenta la iracundia de la ilustre dama, quien exigió que en caso de que ese chascarrillo fuera publicado se le declarara ipso facto írrito, nulo ex utroque jure y sin efectos, como si nunca jamás hubiese aparecido.
 
Mis cuatro lectores saben, sin embargo, que mis artículos son un luminoso espacio de libertad en que la corrección política y la conveniencia de las formas son frecuentemente desafiadas. Lean entonces esa nefaria historia, “Ñandutí”, al final de estos renglones, y muéstrenle a doña Tebaida Tridua un insultante dedo…
 
Candidatura de imagen fue la de Peña Nieto, fincada en buena parte en la televisión. Su Gobierno, sin embargo, no puede ser de imagen, de puras apariencias. Hechos, no maquillajes, requiere este país.
 
Desde luego en las naciones subdesarrolladas es necesario siempre un aparato escenográfico. Pero con puras tramoyas México no saldrá del atraso en que se encuentra. Las reformas que se hagan deben ser a fondo, aunque no se consigan por unanimidad. Cuando hace frente a un mal no puede quedar bien con todos. Si me es permitido un inane juego de palabras diré que para cambiar la realidad se necesitan realidades. Brazos se necesitan, no abrazos. Pero advierto que he incurrido en otro inane juego de palabras. Mejor suspendo esta peroración política…
 
He aquí ahora el anunciado cuento: “Ñandutí”. Las personas a quienes asalten tiquismiquis o escrúpulos de moralina líbrense del asalto saltándose hasta donde dice FIN…
 
Aquel ejecutivo joven se mudó a un nuevo departamento en un lujoso condominio. Pocos días después fue al cuarto donde los condóminos recibían su correspondencia. No había nadie ahí, de modo que se aplicó a buscar la suya. En eso estaba cuando entró una estupenda rubia de esculturales formas cuya gloriosa plenitud se adivinaba tras la inconsútil gala de un leve negligé de ñandutí. “¿Qué es ñandutí?” –pregunta alguien, cortándole al autor la inspiración. Ñandutí es un encaje blanco y fino, tan fino que parece tela de araña.
 
Sigo el cuento. En suspenso quedó el joven ejecutivo al contemplar aquella espléndida hermosura, y más porque la bella mujer no se cuidaba de ocultarla. El generoso escote dejaba al descubierto su turgente busto; y por abajo la vaporosa tela hacía adivinar que ninguna otra prenda llevaba la preciosa fémina a más del negligé de ñandutí. “¿Qué es ñandutí?” –pregunta otro que llegó tarde al relato.
 
“¡Uta! –masculla para sí el autor. Y procede otra vez a dar la explicación: “Ñandutí es un encaje blanco y fino, tan fino que parece tela de araña”.
 
Prosigo con la narración. La mujer no pudo menos que advertir el efecto que su belleza había tenido en el nuevo inquilino. Le dijo: “Veo que te ha llamado la atención mi cuerpo. Dime: ¿qué parte de él consideras la mejor? ¿Mis senos, volcanes níveos con rosada cumbre? ¿Mi cimbreante cintura de palmera? ¿Mi enhiesta y firme grupa como de potra arábiga? ¿Mis bien torneadas piernas y mis ebúrneos muslos, hospitalario umbral del Paraíso? ¿Mi bajo vientre, dorada mies, jardín de las delicias?”.
 
El joven ejecutivo oía con agitada respiración la lúbrica descripción que de sí misma hacía aquella ardiente dama. Se interrumpió ella de pronto. “Espera —le dijo al muchacho—. Oigo que alguien está llegando. Vamos mejor a mi departamento”. Condujo al joven, en efecto, a su cálida habitación.
 
Ahí le dijo: “No respondiste a mi pregunta. Dime ahora: ¿qué parte de mi cuerpo te parece la mejor?”. Contestó él: “Tus oídos”. “¿Mis oídos? —se asombró la mujer—. ¿Cómo puede ser eso? Te mostré mis senos, volcanes níveos con rosada cumbre; mi cimbreante cintura de palmera; mi enhiesta y firme grupa, etcétera, ¿y me dices que lo mejor de mí son mis oídos?”.
 
“Sí —confirmó el joven con cansada voz—. Recuerda que dijiste: ‘Oigo que alguien está llegando’. ¡Qué oído tienes! ¡Era yo!”… (No le entendí)…
 
FIN.

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