miércoles, 16 de enero de 2013

Políticos y versátiles

De politica y cosas peores
 
Doña Macalota compró en un bazar una lámpara de forma extraña. Al llegar a su casa la frotó para limpiarla, y de la lámpara salió un genio de Oriente. Le ofreció a la mujer: “Te concederé un deseo”. Ella respondió: “Espera”. Tomó el teléfono y llamó a su esposo, don Chinguetas. “No me preguntes nada —le dijo—. Solamente respóndeme: ¿a quién te quieres parecer: a Leonardo di Caprio o a Brad Pitt?”…
 
Rodney Dangerfield, el comediante norteamericano que nunca obtiene respeto, dijo una vez que su perro aprendió a suplicar viéndolo a él frente a la puerta de la recámara de su mujer. Lo mismo le sucedía a don Frustracio, el lacerado esposo de doña Frigidia. Esta señora, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. En cierta ocasión fue a La Antigua, en Guatemala, y el Volcán de Fuego se congeló por los siglos de los siglos. Hace unas noches el infeliz señor le pidió en el lecho a su gélida consorte el cumplimiento del débito conyugal. “¿Débito? —dijo ella—. A ti no te debo nada”. Y así diciendo le volvió la espalda. “Pero, mujer —intentó don Frustracio argumentar—, la última vez que lo hicimos fue cuando se cumplió el 50 aniversario del film El Mago de Oz, y eso fue en 1989”. “¿Y ya quieres otra vez? —clamó indignada señora—. ¡Eres un erotómano, un sátiro, un verraco, un fauno, un verriondo, un maniático sexual!”. “Con un calificativo tengo —se amohinó el esposo—. Y te exijo que cumplas tu papel de esposa, pues a mis años no puedo ser lo que en Estados Unidos llaman Self-made man”. Ella, de mala gana, accedió finalmente a hacer esa dación. En el curso de las acciones doña Frigidia se dirigió de súbito a su esposo: “Y a propósito: he oído decir que muchos hombres gritan en el momento de la pasión sensual. Algunos hasta llegan a lanzar sonoros ululatos como los de Johnny Weissmuller en las películas de Tarzan. “¿Por qué tú nunca gritas?”. Contestó don Frustracio: “Porque no quiero despertarte”…
 
Decir “político camaleónico” es incurrir en datismo, batología, perisología, tautología, pleonasmo o redundancia. En efecto, el político por antonomasia es camaleónico: cambia según las circunstancias; se acomoda, como las veletas, a la mudanza de los vientos. Tomemos por ejemplo el caso prototípico de López Obrador. En la elección del 2006 su discurso fue violento, y eso asustó a las clases medias, que se le alejaron. Algunos ricos empresarios con quienes se alió en el 2012 le hicieron ver que no le convenía esa actitud violenta. Mudó entonces de talante como mudar de camiseta, e inventó —o le inventaron— aquello de la República Amorosa. Pero esa chupaleta casi nadie se la tragó, y en esa segunda ocasión su conducta desconcertó a muchos que lo habían seguido por su actitud combativa contra los hombres del dinero y en favor de los pobres. Ahora, de cara al 2018, arrumba en el cuarto de los trebejos la mansedumbre franciscana que hace apenas unos cuantos meses exhibió, y vuelve a mostrarse pugnaz y belicoso; emplea otra vez los denuestos de ayer, y lanza adjetivos a diestra y a siniestra para consumo de las mayorías. Desde luego no estamos en el terreno de la esquizofrenia, que es un terreno real. Nos movemos en el de la política. Ventaja es, sin embargo, que López Obrador insista en lo pacífico de su movimiento. Tendrá pronto mucho dinero a su disposición, y eso lo hará todavía más pacífico, pues no hay borracho que coma lumbre, si me es permitida esa expresión. AMLO puede haber mandado al diablo las instituciones, pero esas señoras todavía están aquí, y parecen más robustas cada día. Tendremos pues ahora en López Obrador un político más institucional y menos revolucionario, por encima de las diatribas con que busca el aplauso de las galerías y su lucimiento personal. Que todo esto sea para bien…
 
Sigue ahora un cuento de color rojo, casi púrpura. Quienes no gusten de esas tonalidades deben buscar otras en el disco de Newton, o saltarse hasta donde dice FIN…
 
Santa Claus regresó al Polo Norte después de repartir los regalos de la Navidad. Al llegar le dijo a Rodolfo, el Reno de la Nariz Roja: “Te voy a contar algo que me sucedió, pero prométeme que no se lo vas a decir a nadie, y menos aún a mi mujer”. “Te guardaré el secreto —prometió Rodolfo, intrigado—. Dime: ¿qué te pasó?”. Responde Santa: “Bajé por la chimenea de una casa, y encontré en la sala a una chica vestida sólo con un brevísimo baby doll que dejaba ver todos sus encantos. Me turbé tanto que salí por la puerta”. “¿Por la puerta?” –se extrañó el reno. “Sí —confirmó muy apenado Santa—. Por la chimenea ya no pude salir”… (No le entendí)…
 
FIN.

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