miércoles, 30 de enero de 2013

El IFE y los gastos

De politica y cosas peores

He aquí tres palabras con las cuales una mujer puede abatir el ego —y lo demás— de un hombre: “¿Ya estás ahí?”…

Astatrasio Garrajarra es un borracho. El término es liso y llano, como los amparos contaminados de política, pero describe muy bien al temulento. Cierto día llegó a la Cantina Modotti y pidió un trago. “Lo siento, señor —le dijo el barman—, pero viene usted muy tomado. No puedo servirle más”. Farfullando dicterios se retiró Atatrasio. Pocos minutos después volvió a entrar y pidió una copa. “Señor —le dijo el cantinero—, ya ha bebido usted bastante. Discúlpeme, pero no le serviré”. Garrajarra salió tartajeando entre dientes maldiciones. No habían pasado ni cinco minutos cuando de nuevo entró y pidió una bebida. “Perdone —insistió el de la taberna—, ya le dije que no voy a servirle”. “¡Uta! —exclamó entonces Astatrasio—. ¿Pos en cuántas cantinas trabajas, güey?”…

Vamos a suponer —es un supositorio, dijo aquél— que son ahora las 11 de la mañana.

El sol brilla, radiante; su luz esplende en un cielo azul por unanimidad. En ese momento llega a mi casa el Instituto Federal Electoral en pleno, con su Presidente y todos sus consejeros. El titular me hace entrega de un oficio que dice: “En este momento es de día”. Son las 11 de la mañana, ya lo señalé. A pesar de eso voy a la ventana y me asomo para cerciorarme de que es cierto que lo que el IFE dice. Quiero decir que el tal Instituto posee una cuota mínima de credibilidad. Y me lo explico: sus integrantes no son ya consejeros ciudadanos; son personeros de los partidos por virtud de los cuales llegaron a ocupar el cargo. Actúan entonces conforme al interés que los llevó a gozar el discreto encanto de la nómina. Por eso meneamos la cabeza con escepticismo cuando el IFE declara que el único candidato a la Presidencia que se excedió en sus gastos de campaña fue López Obrador. ¿Habrá quien comulgue con esa rueda de molino? Los tres partidos importantes se excedieron en sus gastos de campaña; quienquier que tenga un par de ojos y una tercia de dedos de frente lo habrá supuesto con sólo ver la copiosa propaganda de los candidatos, repetida ad náuseam. Quizás AMLO fue el único que no tuvo un tenedor de libros lo suficientemente mañoso para hacer cuadrar las cifras como lo hicieron los contadores del PRI y el PAN. Otra vez, como en el desdichadísimo caso de la mujer francesa, lo leguleyo se impone sobre lo verdadero. Pero no le preocupe eso a López Obrador. En primer lugar él no pagará los platos rotos; en segundo, podrá presentarse otra vez —ya lo está haciendo— como un perseguido de “la mafia en el poder”. Esa propaganda bien vale una multa…

El reverendo Minischlong, pastor de un pequeño pueblo en el Bible Belt americano, pasó a mejor vida. Las amigas de la viuda dejaron pasar un tiempo razonable —cuatro días— y se aplicaron luego a buscarle un nuevo marido a la señora. El único candidato disponible era el carnicero del lugar, mister Dingus.

A la interesada no le gustó el partido: ¿cómo se iba a casar con aquel hombre rudo e ineducado, después de haber sido la esposa de un Doctor in Divinity especializado en Homiletics? Pero se acercaba ya el invierno, y además el precio de la carne estaba por las nubes, de modo que finalmente aceptó las atenciones del toroso tablajero, y unos meses después lo desposó. El primer día de casados le dijo el hombre al despertar por la mañana: “Mi padre, que de Dios goce, me enseñó que el hombre debe hacerle el amor a su mujer al comenzar el día”. Horas después se hallaba la recién casada en la cocina cuando irrumpió el toroso marido, cuya carnicería estaba en la planta baja de la casa. “Mi abuelo, may he rest in peace —le dijo a la asombrada esposa—, me enseñó que el hombre debe hacerle el amor a su mujer a mediodía”. Y esa noche, cuando ella se disponía apenas a recitar sus oraciones, su flamante marido la tomó por la cintura y le dijo al tiempo que la hacía caer sobre la cama: “Mi bisabuelo, de feliz memoria, me enseñó que el hombre debe hacerle el amor a su mujer al término de la jornada”. Igual, con las mismas tres sesiones, sucedió los días siguientes. El domingo, en la iglesia, las amigas de la flamante novia le preguntaron cómo le estaba yendo con su nuevo esposo: “No tiene educación formal —les dijo ella con una gran sonrisa—, pero de sus ancestros recibió valiosas enseñanzas”…

FIN.

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